La vida que libera del pecado
La palabra de Dios nos dice que necesitamos ser librados del pecado y al poder contaminado de nuestro yo. El pecado es un poder que esclaviza al hombre. Nosotros estamos para ser librados de su opresión, no para destruir su poder; realmente nosotros no podemos anularlo por nosotros mismos.
Muchos cristianos, aún no perciben que el pecado es un poder que opera con una enorme autoridad. No ven el pecado como una ley que no procede del esfuerzo humano y de su alma natural. Pablo descubrió cuan inútil era su voluntad y esfuerzo para luchar contra aquella ley.
Si consideras el pecado simplemente un asunto de conducta, sin duda intentarás orar más y resistir más para vencer la próxima vez. Pero es inútil. Si intentas obtener su liberación mediante el ejercicio de su voluntad, volverás a fracasar.
El poder del pecado es fuerte y constante, en tanto nuestra fuerza es débil y poco confiable. El poder del pecado es siempre triunfante, mientras nuestro poder está siempre cediendo. El poder del pecado es victorioso, y nuestro poder es siempre derrotado.
Cuando quiero hacer el bien, el mal está presente. Pablo declara haber comprobado que esto es una ley, una ley invencible.
Solo cuando sabemos que el hombre no es librado mediante el ejercicio de su esfuerzo y voluntad. reconocemos nuestra impotencia para vencer al pecado empezaremos a hallar el camino que logra la verdadera liberación.
Pablo en Romanos 8:2 nos da la respuesta cuando dice: «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» Es necesario que percibamos que el Espíritu Santo en nosotros es una ley espontánea. Si alguien quiere ser libertado del pecado, tiene que venir al fluir de esa liberación.
Es todo tan simple y tan natural. Se nos ha dado otra ley que naturalmente nos libra de la ley del pecado y de la muerte que es la ley del Espíritu en nosotros. Por tanto, Necesitamos aprender a depender del Espíritu, confiando y descansando en que su poder nos libera del poder y de la esclavitud del pecado.