La transformación del Hombre
Ya que hemos recibido a Cristo, tenemos que disfrutarle en el espíritu día por día. Debemos comerle, beberle e inhalarle. Este Cristo viviente dentro de nosotros nos transformará y nos santificará en nuestra manera de ser mientras le disfrutamos. No sirve solamente mantenernos en el hecho de que hayamos sido santificados posicionalmente y luego esforzarnos por resistir la naturaleza pecaminosa que está en nosotros. Debemos comprender que el Espíritu vivificante y viviente, Cristo como vida, está en nosotros. Ahora necesitamos abrirle nuestro ser diariamente y aun hora por hora. Debemos comerle, beberle, inhalarle y permanecer en El para disfrutarle. Entonces El nos transformará. Esta transformación no consiste de correcciones en cuanto a nuestra conducta. Al disfrutar nosotros a Cristo como vida y al ser llenos de El como vida, Su vida absorberá todo lo negativo que haya en nuestro ser. Su vida eliminará nuestro mal genio y transformará los vasos de barro en oro, perla y piedras preciosas.
No trate usted de vencer su mal genio por sus propios esfuerzos. Su mal genio es demasiado grande y usted no puede vencerlo. No toque su mal genio, toque a Cristo. Coma de El, pues El es el árbol de la vida. Descanse bajo Su sombra y disfrute de Su fruto. La vida de Cristo es activa y poderosa y absorberá todas las cosas muertas y negativas que haya en nuestro ser. El no sólo nos corregirá, librará y salvará, sino que también nos transformará. Debemos olvidarnos de nuestro mal genio, de nuestras debilidades, problemas y tribulaciones. No debemos mirar estas cosas, sino que debemos volver nuestros ojos y mirar a Cristo. Ponga los ojos en Jesús (He. 12:2) y fije su mente en El (Ro. 8:6). Coma de El, beba de El, inhálele, permanezca en El, alábele, adórele y mírele. Debemos ser como espejos que miran y reflejan la gloria del Señor (2 Co. 3:18). Cuando miramos al Señor de esta manera, El infunde en nosotros lo que El es y ha hecho. De este modo, somos transformados metabólicamente a Su imagen y todo lo negativo en nuestro ser se absorbe.
Disfrutar al Señor es la manera de ser salvo, santificado y transformado. Cuanto más seamos santificados, más seremos transformados y más santos llegaremos a ser. Nuestra santidad no sólo consistirá de un cambio de posición, sino de un cambio en nuestra propia naturaleza. Cuando somos transformados, estamos en la resurrección y en la ascensión. Estamos por encima de todo, y todo está bajo nuestros pies. No es correcto enseñar a otros a corregirse o mejorarse, ni es la manera celestial o divina. Lo divino no tiene que ver con la auto-corrección ni el mejoramiento del yo. Dios pone a Cristo en nosotros para que le disfrutemos comiéndole, bebiéndole, inhalándole, permaneciendo en El y permitiéndole ser todo para nosotros. El es viviente y poderoso, y nos transformará.
Una perla es algo producido orgánicamente, tal como una fruta es el producto de un árbol orgánico y no es algo que haya sido manufacturado, ni creado sino que es producida por una ostra. El hecho de que una ostra produzca una perla es de mucho significado. Las perlas son producidas por las ostras en las aguas del mar. Cuando la ostra es herida por un grano de arena, o sea, por una piedrecita, la ostra secreta o infunde su fluido vital alrededor del grano de arena haciéndolo una perla preciosa.
Esta “enseñanza física” llega a ser una alegoría y tiene un significado profundo acerca de la verdad divina, el cual nos indica que los Hijos de Dios estamos en un proceso divino de transformación. Es necesario que veamos reflejado en esta ilustración la muerte de
Cristo. La ostra representa a Cristo como la vida, sumergido en las
aguas de la muerte, siendo herido por nosotros, y secretando e
infundiendo Su vida sobre nosotros las piedras, para que seamos
transformarnos en perlas preciosas
Cuando creímos, recibimos al Espíritu de Dios y nacimos de Dios,
entonces Dios empezó el proceso de transformación en nosotros, el cual
se consumará cuando nuestro ser sea transformado y seamos semejantes a Él. (1 Cor. 15:51-52, 1 Juan 3:2). Antes de su venida, El Señor ya nos vio como piedras que iba a transformar en piedras preciosas y por ello se dio por nosotros. (Mateo 13:45-46)
Nótese que En Apocalipsis 21:21 nos dice que las doce puertas de la Nueva Jerusalén son doce perlas y son la entrada a la ciudad. La Nueva Jerusalén está compuesta de oro y piedras preciosas, las cuales somos nosotros para la edificación de la habitación y expresión eterna de Dios.
La Nueva Jerusalén es Dios, no es una ciudad física según nuestros conceptos, sino que es la edificación de Dios en el hombre transformado donde morará mutuamente en unidad con Dios por toda la eternidad.
Necesitamos ver que en el momento que creímos y recibimos al Espíritu del Señor se inicio en nosotros un proceso de transformación (2 Corintios 3:18). Este proceso comienza ahora desde nuestro espíritu humano, al ser regenerado y unido al Señor, continua hacia nuestra alma y será consumado con la transformación de nuestro cuerpo. (Filipenses. 3:21, 1 Juan 3:2) A fin de que seamos desde nuestro inicio conformados a la imagen del Hijo (Romanos 8:29, Gálatas 4.19) para que lleguemos a ser la morada de eterna de Dios, la nueva Jerusalén. (Apocalipsis 21:21)