El bautismo


En el Nuevo Testamento, la forma verbal de la palabra “bautismo” en el idioma Griego es baptízo, que significa sumergir o sumir en agua, cubrir con agua o meter en el agua. Ser bautizados sin haber creído es meramente un ritual vacío; y creer sin ser bautizados es sólo experimentar la salvación internamente, sin ninguna declaración externa de nuestra salvación.

Muchos versículos del Nuevo Testamento hablan de la necesidad e importancia del bautismo. En Marcos 16:16 el Señor Jesús dijo a los discípulos: “El que crea y sea bautizado, será salvo; mas el que no crea, será condenado” Este versículo no dice: “Mas el que no crea ni sea bautizado” lo cual indica que la condenación sólo se relaciona con la incredulidad, y no tiene nada que ver con el bautismo. Todo lo que se necesita para ser salvo de la condenación es creer; no obstante, para completar la salvación interior, además de creer, es necesario ser bautizado como una afirmación exterior.

Fuimos enviados por el Señor a hacer discípulos a todas las naciones, bautizando a los nuevos creyentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19). Aquí la preposición griega eis está traducida a la preposición española «en», que indica unión, tal como en Romanos 6:3 y en Gálatas 3:27. Hemos sido bautizados en el Nombre (singular) del Dios Triuno (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Aquí el nombre es la totalidad del Ser Divino y equivale a Su Persona. Es decir, hemos sido sumergidos dentro de todo lo que Él es, lo cual significa que estamos unidos de manera espiritual y mística con Dios.

La misma preposición griega es usada en Hechos 8:16; 19:5 y en 1 Corintios 1:13, 15. Según estos versículos, estamos bautizados en el nombre del Señor Jesús [ser bautizados en el nombre de Jesús equivale a ser bautizados en la Persona de Cristo y también equivale a ser bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo], y ciertamente no en el de Pablo. Claramente la Palabra nos muestra que hemos sido bautizados en Dios, identificados con Él en todo. Hemos sido introducidos en una unión de vida con Él. Esto es ciertamente maravilloso. Como resultado de esta unión, estamos unidos con Cristo en Su muerte y en Su resurrección. El bautismo, espiritualmente hablando, no es una mera formalidad ni un rito vacío; representa nuestra identificación con Cristo. Mediante el bautismo somos sumergidos en Cristo. Porque hemos sido bautizados en Él, hemos sido unidos a Él.

Nosotros todos nacimos en la esfera de Adán (1Co 15:45, 47) porque él es nuestro primer ascendiente, por ello decimos “en Adán” (1Co 15:22), el primer [tipo de] hombre, pero a través del bautismo hemos sido trasladados a la esfera de Cristo (1Co 1:30; Ga 3:27), que es el segundo hombre. Fuimos trasladados dos del primer hombre, con el que estábamos completamente identificados, hacia el segundo hombre, Jesús, la corporificación del Dios Triuno. Somos unidos a Cristo, entramos en Él y Él en nosotros (Ro 8:10-11). Pablo interpeló a los romanos, y hoy nos interpela a nosotros en 6:3-4 para que no ignoremos que estamos identificados con Cristo en Su muerte y resurrección. Si Cristo murió, nosotros morimos; si Cristo resucitó, nosotros resucitamos para vivir en la vida de resurrección, novedad de vida, o vida nueva.

Ya que Cristo es nuestro nuevo “medio ambiente”, nuestra nueva esfera, dentro de Quien estamos, entonces podemos decir que de Él estamos vestidos (Ga 3:27). Él es nuestras vestiduras. Ya no estamos cubiertos de Adán, estamos cubiertos de Cristo. Por ello la preposición eis en Mateo 28:19 es tan importante al describir la verdadera relación con Cristo, como nacidos de nuevo, y discípulos. Somos discípulos de Cristo porque estamos en Cristo, es decir, unidos y plenamente identificados con Él, en una unión espiritual y mística con Él. Esta verdad es eterna. Debe llegar a ser nuestra experiencia.

Por tanto, ser bautizado significa que uno afirma que uno es sepultado para poner fin a la vieja creación mediante la muerte de Cristo, y que es resucitado juntamente con Cristo para llegar a ser la nueva creación de Dios mediante la resurrección de Cristo.

Pedro nos dice que el cuadro del diluvio en el que Noé y su familia fueron llevados a salvo en el arca, era un tipo del bautismo [1 P. 3:20-21]. Las aguas del diluvio separaron a los que estaban en el arca, del mundo en el que una vez estuvieron, a fin de que pudieran ser librados de aquella era corrupta. Esto significa que el agua del bautismo separa a los que estamos en Cristo, apartándonos del mundo en el que anteriormente vivíamos, a fin de que podamos ser librados de esta generación torcida y perversa. Por un lado, por fe ellos entraron en el arca, por medio de la cual fueron salvos, escapando así del juicio que Dios ejecutó por medio del diluvio.

El bautismo en sí mismo no quita las inmundicias de nuestra carne, la suciedad de nuestra naturaleza caída y la contaminación de los deseos carnales [1 P. 3:21] La enseñanza errónea referente a la salvación por el bautismo, la cual se basa en este versículo y en Marcos 16:16 y Hechos 22:16, es corregida aquí. El bautismo es sólo una figura; su realidad es Cristo en resurrección como Espíritu vivificante, quien nos aplica todo lo que Cristo logró en Su crucifixión y en Su resurrección, haciendo que estas cosas sean reales en nuestra vida diaria.

El bautismo no salva es una aspiración de los bautizados de tener una buena conciencia hacia Dios (1 P. 3:21).Cuando fuimos bautizados, fuimos introducidos en Cristo para identificarnos con Su muerte, sepultura y resurrección [Ro. 6:3-4]; por consiguiente, mediante el bautismo pudimos obtener una buena conciencia. Todos nuestros pecados, delitos y transgresiones fueron perdonados, y todos los problemas que mantenían nuestra vida y nuestro ser alejados de El, fueron sepultados en el agua. Puesto que todas las barreras fueron quitadas, ahora podemos tener una conciencia buena y pura.

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